Ricardo Jaime: “El Parkinson me liberó del alcoholismo”
Con la guía de una psicopedagoga que hizo la práctica en la Hospedería de Antofagasta, donde vive desde hace 9 meses, logró ver su testimonio de vida escrito en un libro. Empeñoso y cristiano, tuvo una larga etapa de consumo de alcohol, pero hace 10 años empezó a sufrir rigidez en las piernas y temblores esporádicos propios del Parkinson. En ese texto, que hoy tiene impreso como libro, cuenta su experiencia para ayudar a otros.
Ricardo Jaime (50) aprende rápido.
Por Ximena Torres Cautivo.
Cuando a los 39 años, le diagnosticaron la enfermedad de Parkinson y le dijeron que tenía unos cinco años más de vida, decidió ocultar su mal. Al hacerlo, sus hermanos asumieron que el paso lento, la rigidez de las piernas, los tics y temblores ocasionales de las manos, eran consecuencia de su consuetudinario consumo de alcohol. “Yo era alcohólico. Entre los 30 y los 39, a causa de una depresión por la separación de una pareja, caí en la botella y no paré de tomar”, cuenta y comenta que sus tres hermanas fueron y siguen siendo mucho más comprensivas que los hombres de su familia. De ellos, está distanciado. “Cuando les dije que estaba enfermo y ya no tomaba, pensaron que eran manifestaciones del síndrome de abstinencia o flojera”. Además, tenía problemas para trasladarse en locomoción pública. “Los choferes me veían y pensaban que estaba ebrio; no me quería llevar”.
Así supo que la mejor manera de enfrentar un problema es compartirlo, contarlo, enfrentarlo.
-Antes del quinto año de vivir con la enfermedad declarada, plazo en que se suponía me iba a morir, yo no le contaba a nadie lo mío. Los enfermos de Parkinson estamos en off y en on. En off es cuando se nos acaba la dopamina. Fue en ese estado que empecé a escribir mi historia y las cosas que me ocurrían al estar enfermo. También abrí un Facebook para contar que tenía Parkinson y empecé a estudiar todo sobre mi mal, porque los doctores no explican nada. Te dan los remedios y apenas te miran. Decidí reconocer mi enfermedad. Darle la cara. Hoy paro la micro y digo: “Caballero, tengo Parkinson, ¿me puede ayudar?”. Y me llevan. Entienden que tengo un problema.
Como el temblor de las manos le dificulta la escritura y además es ducho en tecnología, descubrió una app que se llama Talk Voice. Eso le permita dictar al celular sus textos en prosa y verso. Así consigue que queden escritos en letras mayúsculas grandes, lo que le facilita mucho la lectura ya que además tiene problemas de visión.
Hace unos meses, llegó a la residencia del Hogar de Cristo a hacer su práctica Nicole Díaz, quien se impresionó con la capacidad narrativa, el conocimiento informático y la voluntad de salir delante de Ricardo, quien vive allí hace diez meses. Ella lo estimuló a escribir y pulir su testimonio como un ejercicio terapéutico y como, además de estar terminando su carrera de Psicopedagogía en el AIEP, Nicole tiene una pequeña empresa de diseño e impresión en Antofagasta, le regaló un ejemplar impreso.
Ahora, la Dirección de Comunicaciones del Hogar de Cristo editará el texto de Ricardo para imprimir unas decenas de ejemplares.
No es el primer testimonio escrito que ha apoyado el equipo. Están el recientemente lanzado “Micro Relatos Atravesados”, de William Ortiz, ganador del concurso literario para personas con discapacidad mental Vuelen Plumas. Y hay otros dos en proceso: el de una egresada del programa terapéutico para mujeres con consumo problemático de drogas de Quilicura, Katherine Lavín. Y el de Ricardo Jaime. Los dos últimos son perfectos ejemplos del efecto sanador que tiene poner por escrito las experiencias personales para procesar traumas profundos. Mejor aún, cuando es con la guía y el estímulo de profesionales.
Su amigo Cristo
Ricardo, quien es serio y reconcentrado, está feliz y agradecido de que nos hayamos interesado en su relato.
Tal como cuando hace ocho años le regalaron unas lombrices rojas que permiten generar humus o fertilizante orgánico. Estudioso, averiguó todo lo necesario para vender ese abono natural y tierra de hojas y así generarse algún ingreso. Incluso hizo un invernadero así fertilizado en la Fundación Tabor, pero la enfermedad le dificulta las cosas. Por eso, ahora está incursionando en trabajos de artesanía en madera. Primero el alcoholismo y luego el Parkinson le han jugado en contra a la hora de encontrar trabajo, explica.
Hijo de un soldador en faenas mineras, nació en Iquique, pero con su numerosa familia vivió en Coquimbo y en otras ciudades nortinas por el trabajo de su padre. Él vive desde hace 30 años en Antofagasta, a la que considera su ciudad. “Mi padre era alcohólico y violento. No tuve una infancia fácil. Vi cómo maltrataba a mi madre, que murió muy joven. Observar esa relación me hizo decidir que nunca me casaría. Si el matrimonio es esto, no me interesa, era lo que pensaba de joven y seguí fiel a ese pensamiento. No tengo hijos. Estoy solo y, sí, a veces lamento no tener uno. Aunque nunca se sabe: mi papá fue padre de nuevo a los 65 años con una mujer de treinta y tantos”.
-¿Crees que el alcoholismo se hereda?
-No sé. Pero yo lo logré vencer.
Sostiene que mucho más complicado es enfrentar la discriminación. “La gente discrimina al enfermo, al alcohólico, al que no está bien, y te niegan el trabajo. Por eso me gustan los trabajos independientes”.
Aunque sabe que el Parkinson no se cura; sólo se contrala y se retardan algunos síntomas, es optimista. “Me dijeron que moriría en cinco años; ya he vivido el doble”. Y ha aprendido toneladas. Él mismo refuerza los medicamentos que le entrega el consultorio con otros que compra, porque le ayudan a palear efectos secundarios o tienen mejores versiones. “Para ello necesito mensualmente unos treinta mil pesos”, cuenta.
-¿Estás medio decepcionado de los médicos?
-Desilusionado de algunos. Incluso el año pasado tuve que poner una queja. Un médico dudó de mi diagnóstico. Yo he tenido que ir hasta Tacna a hacerme electroencefalogramas que muestran mi enfermedad, tengo todo el historial de diez años de tratamientos y el médico del consultorio me sale con esa teoría, me cambia el medicamento y se me produce una intoxicación que me tuvo varios días en el Hospital Base de Antofagasta. Por eso decidí contar mi historia, para que otros enfermos o familiares de enfermos aprendan de este mal. Hoy los médicos, con suerte, te miran. Apenas despegan la vista del computador en las consultas. Mi libro busca dar esa ayuda.
“La fe me mantiene en pie”, afirma Juan Jaime desde la Hospedería de Hombres de Antofagasta. Hoy, gracias (si se puede decir así), a este trastorno progresivo que afecta el sistema nervioso y las partes del cuerpo controladas por los nervios, está absolutamente sobrio y enfocado en vivir. Lo ayuda Cristo, dice.
Es un cristiano fervoroso que no puede ir todo lo que quisiera el templo, porque vive en la Hospedería para Hombres en Situación de Calle del Hogar de Cristo en Antofagasta, donde la puerta se cierra temprano y las sesiones religiosas son por la noche. “Pero en el día, en el Centro de Fundación Monte Tabor, donde almuerzo, hablamos mucho de lo espiritual. Y eso me sirve mucho, tanto como escribir lo que siento y sé”.