El Hombre de Cobre, nuestro primer minero, debe volver a su tierra a descansar en paz
“Es un pecado negociar con cuerpos de hombres muertos y nunca lo volveré a hacer”.
“Las momias subieron terriblemente de precio en el mercado después de nuestro hallazgo”.
Edward Jackson, frases de su carta de 1912.
Parecía que el encuentro era inevitable cuando cruzamos las puertas de ese emblemático museo, en la Capital del mundo, después de algunas horas de espera en pleno verano Neoyorkino. Cientos de personas venidas de los cuatro puntos cardinales del mundo entero hacíamos fila para visitar tan magno edificio en que habita una de las colecciones museológicas naturales más importantes del orbe. En estos pasillos de la cultura y recolección académica es, sin dudarlo, un espacio reservado a la ciencia y a la conservación de un patrimonio mundial, la investigación académica y … la capacidad de viajar por el tiempo y las civilizaciones es posible gracias a la experiencia y motivación demostrada por los profesionales que le dan vida a esta monumental colección de la existencia en el planeta.
Pero el fin primero era poder verte, que aparecieras físicamente más allá de fotografías, ilustraciones, notas e investigaciones históricas o periodísticas. Reconocerte…decirte que existimos nortinos, cada vez en menor número, que conocemos tu historia trágica, tu epopeya desértica, tu camino y travesía por el desierto de arenas, ripios y miradas punzantes. Tu vida de niño minero, agricultor, orfebre, padre, hijo, esposo, hermano y como en tu muerte fuiste arrancado de la paz y del descanso que merecen todos nuestros muertos ancestrales.
Ya al interior del museo, recorrimos varios pasillos interminables, doblamos una esquina y subimos unos cuantos escalones…en las penumbras de una escena esmeradamente reconstruida para ti, apareciste con tu cuerpo casi intacto, con tu cabeza casi en el piso de esa vitrina artificial, apoyada sin ganas de tocarla, así como escuchando el retumbar de los pasos de quienes venían a visitarte…tus ojos ocultos y oscuros tras tus párpados resecos no querían ver tantos rascacielos imponentes, ni ajetreo interminable de personas en una ciudad que no da y no tiene tiempo para descansar.
Tu cabello trenzado, tu color de piel morena y gastada de tanta mirada morbosa en tus primeros años de exhibición obligada, ahora más oscurecida con la tenue luz con que te iluminan y pretende esconderte de las miradas curiosas, tal vez para proteger tu intimidad mil veces vulnerada por la codicia de quienes de dignidad humana, salares, puna y norte no saben nada y hoy en sus tumbas olvidados comparten tu muerte, mas no tu reposo, pero con el pecado de haber profanado tu descanso. Rápidamente reconozco en tu piel, mi piel oscura de sol perpetuo del despoblado de Atacama. Yo creí que tus ojos me buscaban, que tus labios diminutos y sin vida esforzaban unas palabras tenues que solo nosotros los nortinos podíamos oír, como susurro de viento antipánico colisionado en las piedras de salares o en las cumbres más altas de los andes inmortales . Me acerqué a tu vitrina, observé cada uno de tus rasgos intactos de un hijo del desierto y la minería, y con mi oído pegado al vidrio, creí escuchar un tenue balbuceo que me decía tímidamente “escribe de mí, investiga mi historia… solo quiero regresar a mi Pachamama…a mi desierto, a mi norte minero”.
Con la amabilidad que suele aparecer en el mundo de la cultura, ubique un guía y el rápidamente llamo a lo que supongo era un supervisor de este sector del museo, “Las culturas nativas del Sur de América”. Con nuestro esforzado inglés pero impecable entusiasmo, le explicamos de donde veníamos y lo que este hombre representaba para nuestro territorio, sus culturas y etnias sobrevivientes al genocidio de la conquista y saqueo español. Creo que este gringo lo tenía muy claro…nos dijo que si bien el hombre de cobre era una pieza importante de esta exhibición, era prescindible, y que el museo lentamente por un tema ético estaba dejando de exhibir cadáveres…y que él no sabía o no conocía documento alguno de nuestro país, región, comuna o autoridad alguna, que solicitara su justa y correcta repatriación…y que la gran labor del museo en el siglo XIX fue devolverle la dignidad de ser humano, fallecido en trágicas circunstancias y no como lo fue durante cien años…una atracción morbosa de ferias de rarezas y “fenómenos” humanos vivos o muertos…y del cual el hombre más poderoso en el ámbito financiero de los Estados Unidos, el banquero y magnate J. P. Morgan en 1905 lo rescató de estas exhibiciones, para donarlo al Museo de Historia Natural de Nueva York. Pero en estas ferias carentes de humanidad, nuestro minero, no solo fue despojado de su dignidad, sino que también sus pertenencias, el capacho de cuero, unos elaborados martillos y cestos muy bien conservados fueron vendidos a Don W. H Holmes, quien los donó al Museo Nacional en Washington y exhibidos hasta 1912, año en que estas pertenencias fueron nuevamente adquiridas por el museo de Nueva York, para que nuestro minero estuviera con todas sus humildes pertenencias.
Pero el periplo internacional de nuestro minero comenzó el año 1901, cuando en el país gigante del norte se realizó “La Gran Exposición Panamericana” en la ciudad de Búfalo. Esta gran exposición pretendía exhibir los avances humanos, científicos y tecnológicos de los países Americanos y sus características geográficas, físicas y culturales de nuestros pueblos y territorios. Es aquí donde dos personajes ven una oportunidad, los señores Torres y Tornero, arman una sociedad y con la complicidad o al menos desidia del gobierno chileno llevan el cuerpo de nuestro minero al pabellón chileno para ser exhibido sin contemplación alguna. Para tal efecto mandaron a confeccionar volantes de publicidad con la frase: “Petrificación Humana: El único espécimen que existe de un cuerpo preservado de una raza que está ahora completamente extinta”. Si bien estamos en los albores del siglo XX, para algunos académicos de la época que ya rechazaban la exhibición de cuerpos humanos, inclusos en museos serios, la expresión “espécimen”, fue especialmente cuestionable. Pero el morbo de la gente y la controversia desatada fue sustancialmente rentable para estos dos personajes. Fue tanta la cantidad de personas, entre público y prensa que quería ver al minero, que en un momento determinado, la vitrina que lo contenía, sufre una rotura de vidrios, por suerte el cuerpo del minero no se ve gravemente afectado. Este es el inicio de su exhibición pública por Estados Unidos, rápidamente la momia fue trasladado a Nueva York y a distintas ciudades del país del norte, generando inmensas ganancias a los señores Torres y Tornero quienes durante ese tiempo y con las ganancias obtenidas se dieron una vida de lujos y ostentación, no cumpliendo compromiso alguno de los adquirido con sus socios en nuestro país. Pero pese a las ganancias, estos dos personajes rápidamente cayeron en deudas y sus pertenencias, entre ellas nuestro minero, fueron embargadas por la Compañía Hemenway & Co New York, tiempo después y en la pobreza volvieron a Chile con la ayuda del consulado chileno quien debió costear sus pasajes.
Pero esta segunda parte de la historia de nuestro minero, como toda historia de la minería trágica, tiene un comienzo basado en la codicia y la traición. En los albores de lo que sería el actual mineral de Chuquicamata, a fines XIX y principios de siglo XX, ya se sabía que estos territorios eran ricos en cobre. Varios pequeños yacimientos eran explotados en duras y precarias condiciones para hombres, mujeres, niños y animales. La gran industria minera de Chile era el salitre y la industria cuprífera esperaba su momento que recién llegaría con el fin de la era del salitre y el comienzo de la electrificación de las grandes ciudades norteamericanas y europeas. Fue el año 1899, en el pequeño yacimiento llamado “La Restauradora”, cuando súbitamente la rutina del trabajo fue interrumpida por un descubrimiento que alertó a todos los viejos mineros que a esa hora trabajaban y con curiosidad se acercaban a contemplar este descubrimiento. En lo que cientos de años atrás fueron una serie de galerías de túneles llenos de oscuridad y peligro, apareció el cuerpo de un minero milenario, su piel de color verdoso, pero muy bien conservada, con escasa ropas, solo un taparrabo y tobilleras y algunas rusticas pero hermosas herramientas, se presentaba ante estas audiencia sacrificada de hombres curtidos por el sol, que incrédula, pero respetuosa contemplaba a unos de los suyos que regresa de un pasado trágico. Rápidamente Monsieur Pidot, un francés administrador de la mina puso orden y se dio cuenta que ante sus ojos se encontraba, más que un colega minero de cientos de años de antigüedad fallecido en infaustas circunstancias. Una oportunidad de hacer negocio con este cuerpo inmóvil.
Con la velocidad del sonido de un tiro en una calichera, corrió la noticia del notable hallazgo, el ingeniero norteamericano Don Edward Jackson, ofreció $ 500 pesos de ese tiempo, directamente al obrero que con extremo cuidado lo sacó de su entierro milenario, dinero que correspondía a casi 400 días de trabajo de un asalariado promedio de la minería. Pero la codicia comenzaba su labor, rápidamente, el administrador Pidot, intervino y no hubo venta alguna, pues el señor Pidot, tenía preparada su venta a otro señor norteamericano don Norman Walker, con quien rápidamente cerró trato. Pero la historia de ventas y compras del cuerpo del minero recién comenzaba, William Matthews, dueño legal de la mina “La Restauradora”, argumento que el solo le tenía “arrenda o concesionada la mina, pero no a los mineros”, a lo que el Francés Pidot argumentó rápidamente que la momia tenía a lo menos 1% de cobre, por lo que podía ser considerada perfectamente mineral.
El tiempo pasó entre discusiones y desencuentros, al cumplirse más de un año, el cuerpo de nuestro minero fue adquirido por el Señor de apellido Toyos, dueño de la mina “Rosario del Llano”. Toyos llegó a un acuerdo financiero con el insistente Edward Jackson, quien logró adjudicarse por $500 pesos con la condición de venderla más cara y repartir las ganancias de la venta con Toyos. El señor Jackson tenía domicilio en Santiago, varios contactos entre la sociedad santiaguina y su casa fue el primer punto de exhibición pública de nuestro minero. Entre tanta conmoción, disputa, embalaje y transporte, nuestro minero, en su viaje de desarraigo sin regreso, perdió para siempre un dedo de su pie. Jackson no solo vendía una visita a conocer nuestro minero, sino que una historia fantástica que cautivaba a los visitantes y que se perdió en el tiempo. Uno de los personajes que quedó impresionado con nuestro minero y su historia, fue Hermógenes Pérez de Arce, acaudalado caballero santiaguino, presidente de la SOFOFA, quien acordó y gestiono con Jackson su exhibición en Valparaíso donde ganó una pequeña fortuna que no compartió con Jackson pese a un acuerdo previo de “caballeros”. Algún tiempo más tarde el hermano de Jackson, John Stewart Jackson, hace negocio con nuestro minero y lo vende en $15.000 pesos con un pago inicial de $5.000 pesos a la sociedad formada por Torres y Tornero. El pago del dinero restante jamás fue recibido por los Jackson.
El insistente Edward Jackson, en sus gestiones para recuperar su dinero en Estados Unidos por la exhibición y embargo de nuestro minero, es estafado por su representante quien recupera de la Compañía Hemenway & Co. New York, la no despreciable suma de $10.000 pesos, quien se los deja para sí, y además se vuelve inubicable para Jackson, pese a que este viaja a los Estados Unidos. De regreso en Chile, Jackson simplemente se olvida del tema, al menos en forma pública.
El sol del desierto alcanza su plenitud, el despoblado de Atacama, árido de rocas blancas parece brillar y desvanecerse en una puna implacable. Minero, tus compañeros estarán a fuera de los túneles esperándote, ¿ trataron de ayudarte, otros que entraron contigo lograron escapar ?, me pregunto,… o simplemente tu faena la hacías en solitario para que otros no conocieran tus piques y vetas secretas…solo tú sabes el secreto de tu vida y de tu muerte. Con cada metro que avanzaba, nuestro minero, el pequeño túnel se hacía más y más pequeño, las dificultades para progresar en esta cavidad rocosa aumentaban con cada progreso, casi acostado, sus rodillas y codos sufrían el rigor de un terreno más bien áspero, duró que hería sus extremidades, negándose a compartir sus riquezas con cualquier extraño que intentara raspar sus entrañas.
Pese a su juventud, este hombre de la minería y metalurgia sabía reconocer a lo que venía, conocía su trabajo que no exento de peligros inesperados, era vital para su comunidad. En su fuero interno, seguramente este minero valiente, sabía que esa pequeña veta de Atacamita valía la pena de tanto esfuerzo, peligro y sacrificio. A cada momento con el avance de sus movimientos, su vista se hacía difícil por el polvo en suspensión que dificulta la perspectiva y la respiración. Con la preciada Atacamita en su capacho, llegaría a su aldea ubicada en las tierras verdes de Calama o tal vez las de Chiu Chiu, donde su familia y comunidad lo estaba esperando para hacer de este mineral las herramientas que le permitirán cultivar sus tierras o construir sus armas que permitieran defenderla de los invasores. También con los minerales más bellos, semipreciosos, elaborarán la orfebrería que no le guardaba secretos y que le permitieran la confección de hermosa joyería precolombina…Respirar, a cada minuto se hacía más y más difícil y como una pequeña gota de agua que desaparece en la arena del desierto, la luz de esa mañana se fue extinguiendo en la medida en que se internaba en este túnel desconocido, con la misma lentitud en que minutos más tarde se le iría a él también la vida en la más solitaria de las oscuridades.
La tierra bendecida de mineral de lo que siglos más tardes conoceríamos como Chuquicamata y Calama, de pronto crujió, sin previo aviso ni señal. Ese alud más bien suave de tierra y rocas pequeñas e incontrolables simplemente lo atrapó en sus entrañas mezquinas de mineral sagrado. En la oscuridad eterna de este espacio confinado lentamente encontró la muerte. Cuánto esfuerzo por salir de su prisión debió haber hecho este joven minero antes de morir, cuantos gritos de ayuda ahogados por la inmensa profundidad del cerro lanzó su garganta y corazón en busca de oído y ayuda para poder volver a su hogar, a su familia, a su tierra, Ahora, después de 1,500 años, siento sus mismos gritos, ahora por volver a descansar en la privacidad y dignidad de los muertos a su tierra natal…eso todos se lo debemos.
Ricardo Rabanal Bustos
Magíster en Educación
Profesor de Historia y Geografía
Profesor Orientador, Historiador y Cronista.
Antofagasta, 13 de Junio 2023
Agradecimientos:
Crónica basada en la información investigada por el Antropólogo, Señor Francisco Garrido, Curador del Área de Antropología del Museo Nacional de Historia Natural de Chile.