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El Premio Nacional de Literatura y uno de los 100 Líderes Mayores, habla del duende que lo guía, de la suerte que lo acompaña y de la pampa que aún le dicta historias.

En la Maestranza Okus, en pleno centro de Antofagasta, hay una mesa que parece tener dueño sin tenerlo.
Cada día, más o menos a la misma hora, se sienta allí un hombre menudo, de cabello blanco y mirada curiosa, que pide té Ceylán bien cargado, servido en copa larga de cortado, con azúcar.
A veces, cuando el frío aprieta, cambia la orden por chocolate caliente y sopaipillas pasadas.
América, la cajera, lo ve entrar y ya sabe qué preparar.
“Siempre lo mismo. Y siempre en el mismo lugar”, dice sonriendo.
En la mesa hay también dulces de Pica con coco, los que compra en la esquina.
“Tiene sus manías, como todos los escritores”, agrega Valentina, la mesera que, según cuenta, él prometió incluir en un libro… y cumplió.
Hay clientes que se acercan solo para mirarlo. Algunos susurran que está muerto.
“Cuando yo iba a la escuela, todos los poetas estaban muertos -responde él entre risas- Así que entiendo que los lectores crean que yo también lo estoy.”
El niño del desierto
Nació en Talca, en 1950, pero su historia comenzó de verdad cuando, con apenas unos meses de vida, llegó con su familia a la oficina salitrera Algorta, en el corazón del desierto de Antofagasta.
Allí aprendió a mirar, a escuchar, a soñar. De ese polvo y de esas voces, años después, nacería una literatura que no se parece a ninguna otra.
“Soy un obrero de la literatura”, dice, sin grandilocuencia. “Aprendí a trabajar desde joven, y eso lo aplico a la escritura. Uno por ciento talento, cuarenta y nueve por ciento trabajo y cincuenta por ciento suerte.”
Esa mezcla de esfuerzo y superstición lo define. “Hay que trabajar más que la cresta para que la inspiración te encuentre haciendo algo. No sirve esperar: que te pille escribiendo.”
El duende que dicta
Rivera Letelier no habla de inspiración, habla de un duende. Ese personaje invisible, a medio camino entre lo mítico y lo íntimo, que aparece solo si uno lo busca.
“García Lorca decía que la musa inspira a los pintores y el ángel a los escultores. Pero al duende hay que darle pelea. Por eso escribo todos los días. Si no trabajo, el duende no aparece.”
Y se demora lo que haga falta. Tardó cuatro años en terminar La Reina Isabel cantaba rancheras, la novela que lo lanzó a la fama y que, confiesa, le habría encantado ver convertida en película
“Esa y La contadora de películas son como hijas. Pero no tengo favoritas. Pienso que mi obra maestra será aquella que más se acerque a la belleza.”
El diario que no escribió
En los últimos años, su literatura se ha vuelto más íntima. Trabaja en una serie autobiográfica de cuatro libros que recorre su vida por etapas: infancia, juventud, adultez y vejez.
“El primero llega hasta los 15 años. El segundo, Divino Tesoro, hasta los 36. Los que vienen completan el viaje.”
Dice que no busca la nostalgia, sino dejar un rastro. Tampoco quiere hacer escuela, así como no cree que haya algún escritor que siga su pluma.
“He tenido la gran suerte de que mis historias crucen el mar y lleguen a Francia, Portugal, Grecia y España. Tuve la suerte que (escritor y periodista) Luis Sepúlveda leyera mi libro, le gustara y lo llevara a esos países, eso es suerte”.
Reconocimiento
Hace unos días en estas páginas, el nombre de Hernán Rivera Letelier apareció entre los cinco representantes de la región en la selección de los 100 Líderes Mayores que organiza la Pontificia Universidad Católica de Chile y El Mercurio.
“Cada homenaje que recibo es como si me estuviera muriendo un poco, una palada de tierra más”, señala con algo de ironía. Uno de sus mejores amigos, el actor Raúl Rocco, está sentado en una mesa cercana y mientras el escritor ofrece los dulces de Pica que Valentina le llevó en un plato, sigue con su historia.
La misma que se contó en el lanzamiento de su última obra, Divinos Tesoros de mi Juventud, en el Centro Cultural Estación Fotógrafo de Cerros, la obra de su entreñable amigo y hoy finalista de Nuevos Héroes, Glenn Arcos.
Lanzamiento
Fue una noche especial, la cultura y sus gestores más destacados se reunían en una casa del pasaje Zenteno, que vestía de gala para participar del lanzamiento de su nuevo libro.
“Me cuesta un poco más escribir ahora, pero aún me quedan historias por contar”, lanza con una sonrisa en medio de la conversación con Rocco y Arcos sobre un improvisado escenario.
En otro sector, un grupo de actores recrea algunas páginas del último libro, el público escucha en silencio, los personajes salen de escena, todos ríen y luego aplauden.
Es que su nuevo libro es una obra en que su propia historia es la protagonista, ese diario de vida que nunca escribió y que, como la vida misma, tiene mucho de humor.
“Mientras escribía, recordaba esas historias, con mis amigos, compañeros de viaje a quienes me gusta incorporar en mi literatura”, responde al micrófono.
Arcos, emocionado retoma la conducción y comenta que hay que comenzar con la campaña hacia el Premio Nobel de Literatura, ante lo cual el público vitorea entusiasmado.
Entre el mito y la risa
En el café Okus, entre sorbos de té, el escritor se ríe de sus propios chistes —“chistes fomes”, aclara Valentina— y responde con un simple “estoy” cuando alguien le pregunta cómo se siente.
“Escribir no es una carrera ni un oficio. Es un destino”, dice. “Uno no puede dejar de hacerlo, aunque quiera. Es un vicio del que no se puede salir.”
El destino de Hernán está sellado, él lo sabe, siempre lo ha sabido, por eso no es extraño escucharlo decir que ese vicio “me hará escribir hasta que muera”.
Afuera, el sol cae sobre las calles de Antofagasta y las palomas picotean las sombras.
Adentro, Hernán Rivera Letelier sigue escribiendo mentalmente. No en una libreta, sino en esa memoria viva de la pampa que nunca lo abandonó.
Y mientras bebe su té Ceylán, el obrero de la literatura sonríe. No piensa en la fama ni en los premios. Piensa en el duende, en el polvo, en los trenes que se van al purgatorio.
Y, sobre todo, en seguir “estando”, como él dice.

Acerca del Autor

@E2Elgueta

Periodista, reportero y director de medios de comunicación